Resumen de los capítulos económicos

La coyuntura económica mundial siguió mejorando durante el pasado año. El crecimiento fue intenso en los mercados emergentes y las economías avanzadas se encaminaron hacia una recuperación autosuficiente. Ahora bien, los responsables de dictar las políticas no deberían bajar por ello la guardia, pues numerosas secuelas y lecciones de la crisis financiera aún requieren su atención. En muchas economías avanzadas, el elevado endeudamiento sigue lastrando tanto a hogares como a instituciones financieras y no financieras, y la consolidación de las finanzas públicas apenas se ha iniciado. Emergen de nuevo los desequilibrios financieros mundiales. El fuerte sesgo acomodaticio de las políticas monetarias podría comprometer bien pronto la estabilidad de precios. Las reformas financieras deben concluirse y aplicarse íntegramente. Y aún no se han desarrollado los marcos de información y análisis estadísticos que deberían servir de sistema de alerta temprana de tensiones financieras. He aquí los desafíos que examina el Informe Anual de este año.

Una serie de desequilibrios interrelacionados hicieron que el crecimiento de varios países avanzados antes de la crisis financiera fuera insostenible. El rápido aumento del endeudamiento y de los precios de los activos originó un sobredimensionamiento de los sectores financiero y de la construcción. Este auge también enmascaró graves riesgos fiscales a largo plazo que, de no afrontarse, podrían desencadenar la próxima crisis. No nos equivoquemos: las turbulencias en los mercados relacionadas con las crisis financieras de Grecia, Irlanda y Portugal palidecerían ante la devastación que causaría la pérdida de confianza de los inversores en la deuda soberana de alguna de las principales economías.

Abordar el exceso de endeudamiento, tanto público como privado, es la clave para construir cimientos firmes sobre los que asentar un crecimiento equilibrado, y elevado en términos reales, y un sistema financiero estable. Esto significa tanto fomentar el ahorro privado como completar con carácter urgente la consolidación fiscal en los países que más sufrieron los efectos de la crisis.

Las lecciones de la crisis son igualmente aplicables a las economías de mercado emergentes. Aquellas en las que la deuda está propiciando enormes subidas en los precios inmobiliarios y auges del consumo corren el riesgo de acumular los desequilibrios que ahora aquejan a las economías avanzadas.

Los desequilibrios en las balanzas por cuenta corriente a nivel mundial aún persisten y presagian ajustes desordenados de los tipos de cambio y medidas proteccionistas. Más allá de las balanzas por cuenta corriente, los desequilibrios afectan a los flujos financieros brutos, que en la actualidad empequeñecen los saldos netos con que suele asociarse la cuenta corriente. Son precisamente esos flujos de capital los que entrañan riesgos quizá incluso mayores al originar posibles desajustes financieros y facilitar la transmisión de perturbaciones entre países. No solo eso, sino que además la financiación transfronteriza permite un rápido crecimiento del crédito aun cuando falte financiación interna. Como ha mostrado la experiencia de estos últimos años, una brusca inversión de los voluminosos flujos de capital transfronterizos puede dañar los sistemas financieros y, en último término, la economía real.

Ambos tipos de desequilibrio - por cuenta corriente y en los flujos financieros brutos - están relacionados y han de abordarse conjuntamente. En este sentido, la adopción de unas políticas macroeconómicas contrastadas será crucial, al igual que la función confiada a las políticas estructurales nacionales de fomentar el ahorro en los países con déficit y el consumo en los países con superávit. Aunque también es preciso el ajuste de los tipos de cambio reales, por sí mismo no será suficiente. Los países tendrán que implantar políticas que refuercen los marcos prudenciales y la infraestructura financiera. Los controles de capital, que deberían aplicarse tan solo como último recurso, únicamente pueden aliviar temporalmente la situación.

El ajuste en países con déficit y superávit, si bien es imperativo y conlleva ventajas mutuas, topa con un problema fundamental: que un ajuste unilateral probablemente resultaría demasiado oneroso para el país que lo acometiese. Esto significa que la coordinación internacional es esencial para poder salir del atolladero en el que se encuentran las políticas.

Por lo que respecta a la política monetaria, los desafíos se intensifican a pesar de que los bancos centrales amplían la instrumentación, ya prolongada, de medidas acomodaticias. La persistencia de unas tasas de interés muy bajas en las principales economías avanzadas retrasa los imprescindibles ajustes en la situación patrimonial de las familias y en los balances de las instituciones financieras, amplificando el riesgo de que reaparezcan las distorsiones que precedieron a la crisis. Si lo que se pretende es sentar las bases de un futuro estable, las medidas para amortiguar el impacto de la última crisis no deben plantar la semilla de la siguiente.

En conjunto, la probabilidad de inflación se ha elevado al combinarse una menguante holgura de la capacidad productiva con alzas en los precios de alimentos, energía y otras materias primas. La propagación de los peligros de la inflación desde las principales economías de mercado emergentes hacia las economías avanzadas ratifica la conclusión de que las tasas de interés oficiales deberían subir a nivel mundial. Al mismo tiempo, algunos países deben ponderar la necesidad de imprimir un sesgo restrictivo a su política monetaria con las vulnerabilidades implícitas en unos balances aún distorsionados y con la persistente fragilidad del sector financiero. No obstante, una vez los bancos centrales comiencen a subir las tasas de interés, es posible que tengan que hacerlo a un ritmo más rápido que en anteriores episodios de endurecimiento.

Avistándose ya el fin de la ejecución de medidas no convencionales, los bancos centrales se enfrentan a los riesgos asociados al tamaño y complejidad resultantes de sus propios balances. La inadecuada gestión de dichos riesgos podría minar su merecida credibilidad como promotores de un entorno de  baja inflación, del mismo modo que lo haría la tardía adopción de medidas para endurecer su política aplicando instrumentos convencionales.

Los avances logrados en la reforma de la regulación financiera han sido impresionantes, habiéndose alcanzado con rapidez acuerdos internacionales sobre requerimientos de capital más exigentes y nuevos estándares de liquidez para las entidades bancarias. Quedan con todo pasos importantes que dar. Entre otros, la implantación íntegra y oportuna de Basilea III, la adopción de medidas para abordar los riesgos sistémicos que comportan las instituciones financieras mundiales de grandes dimensiones, y el diseño de regímenes que garanticen la resolución ordenada de estas en caso de quiebra. No obstante, la tarea se ampliará conforme las instituciones retomen la asunción de riesgo y adapten sus modelos de negocio al nuevo entorno. El marco supervisor deberá estar a la altura, vigilando y gestionando los riesgos para la estabilidad financiera con independencia del perímetro efectivo de regulación.

La reciente crisis financiera puso de manifiesto deficiencias en los marcos de información y análisis utilizados para evaluar el riesgo sistémico, las cuales perjudicaron la capacidad de las autoridades para identificar y afrontar vulnerabilidades. Para desempeñar su cometido, las autoridades necesitan una visión más amplia y precisa del sistema financiero desde múltiples puntos de vista. La imagen obtenida mostraría los balances de los distintos sectores y sus interconexiones a escala mundial, e implicaría ampliar la puesta en común de datos de instituciones individuales dentro de una misma jurisdicción, y entre jurisdicciones. Si bien la mejora de los marcos analítico y de datos no evitará por sí sola crisis futuras, la experiencia indica que permitirá a las autoridades responsables de las políticas y a los participantes en los mercados identificar vulnerabilidades previamente inadvertidas y detectar con mayor antelación la aparición de otras.